DETALLE DE LA OPINION
La invención de la libertad
Luis Jaime Cisneros
Liberté, Egalité, Fraternité fueron en mi época escolar palabras ciertamente marciales y sonoras. No advertí entonces cómo se vinculaban con el terror ni con la justicia social, ni menos con las reivindicaciones populares. Estaban revestidas de un halo singular y se prestaban para generar el aplauso al finalizar una arenga. Las tres palabras vivieron hermanadas en mis horas colegiales, y se robustecieron en el Lycée Francais por el esmero reflexivo a que nos convocaban los textos de Descartes.
Pero no puedo afirmar que me emocionaran. La guerra civil española nos reveló que la libertad era palabra teñida de ideología: su solo nombre entusiasmaba nuestras mentes juveniles, pero nos iba distanciando en bandos a los muchachos de entonces. Pero todavía libertad era una palabra en el diccionario.
Vino luego un momento duro y hermoso en la biografía de Pierre Lageze, un robusto muchachito francés con quien yo había compartido vida escolar y juegos infantiles. Habíamos llegado juntos a la universidad, frecuentábamos idénticas lecturas, eran nuestros conciertos y exposiciones pictóricas. Los diarios hablaban del corredor polaco, y un día de setiembre de 1939 Pierre me dijo, con un alegría que no supe comprender, que se marchaba con su hermano mayor a la guerra. Los tres primeros meses unas breves líneas y unas fotos nos lo mostraron uniformado y sonriente.
Meses después, unas líneas de su padre me enteraron que buena parte de mi infancia colegial, buenas horas de mi lecturas de Gide y Proust se habían muerto, con Pierre, en las Ardenas.
Esa muerte individual y minuciosa de mi compañero nos hizo comprender, a muchos de nosotros, lo que de unánime había en el compromiso asumido por Pierre y supimos, así, para siempre que todos los enemigos de Francia eran nuestros enemigos, y de la verdad y de la justicia y de la esperanza. Fue necesario ese duro dolor del cuerpo para que la inteligencia descubriese en la palabra libertad lo que no habíamos sabido comprender en los libros. Sólo entonces valoramos las lecciones de Descartes, y reconocimos que la libertad no nos viene dada graciosamente y exige del hombre y se alimenta, si es necesario, de nuestras vidas.
La vida profesional fue perfilando rigurosamente el significado profundo del vocablo, y entonces comprendí por qué la palabra libertad era imprescindible en los textos fundacionales. Y cuando un largo estremecimiento me recorrió, ya maduro, al atravesar los campos de Buchenwald y de Belsen, supe por qué la vida del hombre era hermosa si la adorna la alegría del pensamiento libre y de la verdad abierta, y si los hombres gozan de la educación y la salud y la justicia; y supe por qué éramos todos iguales en aspiraciones y derechos, y cómo no había razas ni religiones que nos distanciaran ni menoscabaran nuestra irrestricta condición humana. Para un profesor, esta convicción es apoyo radical de toda pedagogía. Libertad de creer y de pensar. Libertad de opinar y de informar.
Hace más de 200 años se generó en Francia este impulso singular, que ha madurado en siglos de horror y de barbarie. Agita ahora el corazón y la conciencia y, en este próximo 14 de julio, renueva en nosotros la victoria interior de nuestra hermosa condición humana; y nos hermana en la sangre y en la esperanza con pueblos todavía oprimidos y nos impulsa a brindar vida y sangre para proclamar nuestra certeza de que somos, al fin, capaces de realizarnos por la gracia de ser seres humanos. Y esa es la libertad, sentimiento que rejuvenece hoy nuestro espíritu alerta y devuelve a la palabra la energía y la razón de ser que, 200 años atrás, le aseguraron para nosotros los hombres de la Revolución Francesa.
Publicado: La República - 12/07/2009 - http://www.larepublica.pe/aula-precaria/12/07/2009/la-invencion-de-la-libertad
La invención de la libertad
Luis Jaime Cisneros
Liberté, Egalité, Fraternité fueron en mi época escolar palabras ciertamente marciales y sonoras. No advertí entonces cómo se vinculaban con el terror ni con la justicia social, ni menos con las reivindicaciones populares. Estaban revestidas de un halo singular y se prestaban para generar el aplauso al finalizar una arenga. Las tres palabras vivieron hermanadas en mis horas colegiales, y se robustecieron en el Lycée Francais por el esmero reflexivo a que nos convocaban los textos de Descartes.
Pero no puedo afirmar que me emocionaran. La guerra civil española nos reveló que la libertad era palabra teñida de ideología: su solo nombre entusiasmaba nuestras mentes juveniles, pero nos iba distanciando en bandos a los muchachos de entonces. Pero todavía libertad era una palabra en el diccionario.
Vino luego un momento duro y hermoso en la biografía de Pierre Lageze, un robusto muchachito francés con quien yo había compartido vida escolar y juegos infantiles. Habíamos llegado juntos a la universidad, frecuentábamos idénticas lecturas, eran nuestros conciertos y exposiciones pictóricas. Los diarios hablaban del corredor polaco, y un día de setiembre de 1939 Pierre me dijo, con un alegría que no supe comprender, que se marchaba con su hermano mayor a la guerra. Los tres primeros meses unas breves líneas y unas fotos nos lo mostraron uniformado y sonriente.
Meses después, unas líneas de su padre me enteraron que buena parte de mi infancia colegial, buenas horas de mi lecturas de Gide y Proust se habían muerto, con Pierre, en las Ardenas.
Esa muerte individual y minuciosa de mi compañero nos hizo comprender, a muchos de nosotros, lo que de unánime había en el compromiso asumido por Pierre y supimos, así, para siempre que todos los enemigos de Francia eran nuestros enemigos, y de la verdad y de la justicia y de la esperanza. Fue necesario ese duro dolor del cuerpo para que la inteligencia descubriese en la palabra libertad lo que no habíamos sabido comprender en los libros. Sólo entonces valoramos las lecciones de Descartes, y reconocimos que la libertad no nos viene dada graciosamente y exige del hombre y se alimenta, si es necesario, de nuestras vidas.
La vida profesional fue perfilando rigurosamente el significado profundo del vocablo, y entonces comprendí por qué la palabra libertad era imprescindible en los textos fundacionales. Y cuando un largo estremecimiento me recorrió, ya maduro, al atravesar los campos de Buchenwald y de Belsen, supe por qué la vida del hombre era hermosa si la adorna la alegría del pensamiento libre y de la verdad abierta, y si los hombres gozan de la educación y la salud y la justicia; y supe por qué éramos todos iguales en aspiraciones y derechos, y cómo no había razas ni religiones que nos distanciaran ni menoscabaran nuestra irrestricta condición humana. Para un profesor, esta convicción es apoyo radical de toda pedagogía. Libertad de creer y de pensar. Libertad de opinar y de informar.
Hace más de 200 años se generó en Francia este impulso singular, que ha madurado en siglos de horror y de barbarie. Agita ahora el corazón y la conciencia y, en este próximo 14 de julio, renueva en nosotros la victoria interior de nuestra hermosa condición humana; y nos hermana en la sangre y en la esperanza con pueblos todavía oprimidos y nos impulsa a brindar vida y sangre para proclamar nuestra certeza de que somos, al fin, capaces de realizarnos por la gracia de ser seres humanos. Y esa es la libertad, sentimiento que rejuvenece hoy nuestro espíritu alerta y devuelve a la palabra la energía y la razón de ser que, 200 años atrás, le aseguraron para nosotros los hombres de la Revolución Francesa.
Publicado: La República - 12/07/2009 - http://www.larepublica.pe/aula-precaria/12/07/2009/la-invencion-de-la-libertad